lunes, 10 de octubre de 2016

Discurso Orador Invitado Ceremonia de Egresados

Ing. José Shabot Cherem
Orador Invitado 
Ceremonia de Egresados Licenciatura
1 de octubre de 2016 


Queridos jóvenes graduados, maestros y autoridades universitarias:

Agradezco la oportunidad de estar hoy aquí, dirigiéndome a ustedes, es un privilegio. Antes de comenzar quisiera felicitarlos a cada uno de ustedes por haber llegado a este momento, por el logro de terminar sus carreras, por el empeño que los hace estar hoy, aquí, a pesar de las adversidades, recibiendo un título que podrá abrirles puertas para tener un mañana provechoso. Les pido que abramos un espacio para aplaudir, para gozar, para que sean conscientes de este momento irrepetible que hoy viven y que deseamos que sea el inicio de muchos éxitos por venir. 


Los veo y recuerdo que hace tan sólo nueve años estaba yo sentado donde hoy están ustedes. No son muchos años, pero han sido determinantes. Ayer intentaba hacer memoria sobre mi ceremonia de graduación aquí en la Ibero. Si les soy sincero, no me acuerdo quién vino a dar el discurso de egresados, ni qué fue lo que dijo. Eso que quizá debía darme pena, me hace sentir más relajado, si hoy digo tres o cuatro tonterías, ¡lo más posible es que ninguno de ustedes se acuerde en unos años!
 
Fuera ya de broma, considero que la manera más honesta y directa de hablar es haciendo una evaluación de lo que he hecho en estos nueve años porque, a pesar de ser tan joven, tan cercano a su edad e inquietudes, me han invitado a hablarles el día de hoy, en esta fecha tan importante para ustedes.

Estudié Ingeniería Civil en la Ibero y, desde que estaba en estas aulas, comencé a trabajar en obras en construcción. Muy pronto me di cuenta que el maestro de obras se aprovechaba de los trabajadores y que no les daba su ingreso completo. Se me ocurrió poner un letrero de cuánto debía ganar cada quién y ello bastó para darme cuenta que muchos de ellos no sabían leer ni escribir. Ello me cimbró y quise dar mi tiempo para enseñar a los albañiles a estudiar.

Con el apoyo y consejo de don Lorenzo Servitje, un sacerdote nos enseñó a mi mamá, mi hermana y a mí como alfabetizar con el Silabario de San Miguel. Era un buen esfuerzo, pero se podía quedar en el tintero, había que institucionalizar el esfuerzo para ser más efectivos, para no depender sólo de nuestro esfuerzo.

Ese fue el inicio en 2004 de Construyendo a México Crecemos, una fundación que, con el apoyo de la SEP, Ibero, Tec de Monterrey y otras instituciones, brinda alfabetización, primaria, secundaria, prepa y cursos técnicos y de computación a los trabajadores de la construcción. Mi mamá, quien siempre ha mantenido un compromiso social, me empujó a que lo hiciera en serio y hoy hemos incidido cuando menos en doce mil trabajadores, a muchos de ellos la educación les ha cambiado la vida.

Otro proyecto determinante en mi vida fue mi servicio social. Lo hice en la Ibero, ¡les prometo que cumplí con mis 480 horas! Junto con algunos compañeros buscamos mejorar algunas comunidades humildes de Santa Fe. A mí me tocó proyectar una escuela comunitaria y hacer algunas obras hidrosanitarias. Pedí apoyo a Javier Alonso, un profesor a quien admiré, y pasé muchas tardes y noches en su oficina haciendo el proyecto de esta escuela comunitaria.
 
Meses antes de graduarme, no sabía qué iba a hacer con mi vida. Estudié Ingeniería pero, por paradójico que parezca, no me gustaba la construcción, ni las estructuras, ni nada que tuviera que ver con la parte técnica de la Ingeniería. Una noche de horas largas en la oficina de Javier Alonso, él me dio un gran consejo para seguir mi carrera y es el primer consejo que hoy quisiera darles: “Continúa tus estudios, no dejes de prepararte, porque sólo así encontrarás tu camino”.

Javier había salido a estudiar una maestría al extranjero y me motivó a que yo hiciera lo mismo, inclusive hizo cartas de recomendación que pude anexar a mis aplicaciones. Me aceptaron para estudiar un MBA en la Universidad de Stanford, la de mayor prestigio en negocios en el mundo. Estaba yo feliz, pero el reto era enorme, durante dos años conviviría con compañeros exitosísimos, todos mayores que yo, las grandes promesas de los corporativos, bancos, o entidades gubernamentales de más de sesenta países. Casi todos ellos tenían claro que saldrían de ahí para emprender, para liderar los proyectos más innovadores, para trabajar en banca de inversión, consultoría, finanzas o políticas públicas en Estados Unidos o en sus países de origen. La vida les prometía un futuro tentador, alcanzar las estrellas, gozando de los sueldos más atractivos del mercado.

En ese ambiente, consideré varias veces seguir uno de los caminos de mis compañeros y, cuando terminé la maestría, estuve a punto de quedarme, quizá en Wall Street o escalando peldaños en una vida corporativa. Mi papá me dio un gran consejo, el segundo que hoy les ofrezco: “Piensa dónde puedes hacer una mayor diferencia, dónde está tu gente, dónde puedes cumplir con un propósito de vida que, en el largo plazo, te haga más feliz”.

A partir de ese día dejé de pensar en trabajos sexys y de buen sueldo. Me quedó claro que regresaría a México, porque aquí podría diferenciarme y generar un mayor impacto con mi gente. Fue difícil regresar así, sin trabajo, arriesgarme y buscar oportunidades después de graduado, después de haber desdeñado el abanico de oportunidades que allá en Estados Unidos había. Era el único de mis compañeros que volvía a su país sin nada claro. Sin embargo, regresar me permitió, por un lado, retomar los proyectos sociales que tenía y, por otro, salir a emprender con libertad.

La industria de vivienda popular en México no me hacía sentido. En su mayoría las constructoras estaban haciendo vivienda a varias horas de distancia de la ciudad, del Distrito Federal y de su zona conurbada. Desde mi dorm en Stanford llegué a ver fotografías de cómo se poblaban municipios a tres horas de los sitios de trabajo, cinturones de miseria, promesas de vivienda hacinadas en la nada, madrigueras sin futuro en las que no se promovía ningún tipo de tejido social: no había escuelas, iglesias, parques, o comercios… A la gente más pobre de México se le daba oportunidad de comprar casas que pronto dejaría deshabitadas.

Durante mi primera semana en México, salí a buscar terrenos con uso de suelo para hacer vivienda en el Distrito Federal y encontré uno en el Segunda Mano. Decía: “Terreno Miguel Hidalgo, uso de suelo vivienda, 4 niveles, 2 mil pesos por metro cuadrado”. Al hablar me di cuenta que no era la delegación Miguel Hidalgo, sino en la Colonia Miguel Hidalgo, en la Delegación Tláhuac. Pocos días después ya había convencido al dueño del terreno de vendérmelo aunque se lo pagaría varios meses después.

Ese fue el inicio de Quiero Casa, una empresa que, en sociedad con mi papá y hermano,  hoy es una de las desarrolladoras de departamentos más importantes en la CDMX, buscando desarrollar vivienda cerca de las fuentes de trabajo a fin de ofrecer dignidad y calidad de vida a los compradores.

Estar en Tláhuac en ese primer proyecto, nos permitió trabajar con la comunidad. En principio se oponían a la construcción de vivienda, pero cedieron con una receta increíble que implicó ganar-ganar. Construiríamos, pero a cambio de mejorar los parques, equipamientos y servicios urbanos para lograr una mejor vecindad. Ese ha sido el gran logro: mejorar las zonas donde construimos, ayudando a desarrollar mejores comunidades, una mejor ciudad.

Hoy, además de Quiero Casa, con varios otros socios, he logrado consolidar otra empresa que ofrece soluciones hipotecarias para que más gente pueda tener un hogar. ION, como se llama la empresa, es la única empresa no bancaria que en México ofrece créditos hipotecarios, y me llena de orgullo que con esa empresa estemos contribuyendo a proveer de acceso a financiamiento a microempresarios y profesionistas independientes que quieren adquirir una vivienda. También ofrecemos créditos  de liquidez con garantía hipotecaria, y en ese rubro, ya somos líderes en los mercados que atendemos, por encima de cualquier banco.

En la búsqueda de un camino profesional, no hay un solo camino, pero una vez que uno decide el rumbo, buscando la luz entre la breña, despejando la ruta, uno tiene que trabajar con tesón, entrega, disciplina y clara visión.  Y aquí viene el tercer consejo, mismo que también tuve la suerte de aprender en casa: “el éxito sólo viene antes del trabajo en el diccionario”… En todos los demás ámbitos de la vida, hay que trabajar arduamente para poder cosechar…

Todos quienes hoy se gradúan cada uno de nosotros tuvo una suerte al nacer: vivir en un hogar unido o quizá fracturado, tener buenos ejemplos o no, enfrentar pérdidas, dolor o enfermedades, y cada uno de ustedes, pese a las adversidades que quizá les tocó vivir, hoy están aquí festejando la conclusión de sus estudios. Hoy, y con ello viene un consejo más, les toca asumir que las páginas siguientes de sus vidas dependen sólo de su iniciativa, de su tesón, de su voluntad, independientemente de cuál ha sido su historia o su suerte. Siempre hay manera de revertir el camino y convertirlo en posibilidades de crecimiento, en oportunidad.

En mi caso tuve la suerte de nacer en un hogar de amor, valores y trabajo, una familia que me incitó a crecer y siempre me dio buen consejo. Mi mamá me transmitió la necesidad de tener un propósito, de pensar en grande y mirar siempre al otro; mi papá ha sido un hombre dedicado y trabajador, el mejor consejero en la vida. Tuve profesores que me inspiraron y me motivaron a seguir. Al trabajar tuve la suerte de hallar un nicho de negocio desatendido, de estar en el lugar indicado en el momento indicado, de esforzarme y trabajar para alcanzar, y de encontrar, en ese camino, muchos mentores que me apoyaron e impulsaron. Un consejo adicional que hoy les doy, el cuarto, es que busquen ejemplos, mentores, personas a quienes ustedes vean con admiración, o en quienes puedan respaldarse para tomar consejos o decisiones.

Estoy convencido que en la vida hay que buscar las oportunidades, estar alerta para encontrarlas y aprovechar las oportunidades al máximo cuando éstas llegan. Si sumado a ello, nos preparamos, amamos lo que hacemos, trabajamos duro, y buscamos siempre buenos consejeros y aliados, estoy seguro que vamos a encontrar cómo aprovechar esas oportunidades.

Para concluir, sin embargo, me gustaría dar un último consejo: reconocer la enorme responsabilidad y compromiso que tenemos todos los que estamos aquí de dar de regreso, dar a los demás para construir una mejor sociedad, un país más justo y de mejores oportunidades para todos. Tuvimos la suerte de estudiar y ello nos obliga a asumir como jóvenes mexicanos el compromiso con nuestro país, la responsabilidad de dar tiempo, trabajo y muchísimo compromiso con los demás. Muchos asumimos que en la vida hay etapas, y que los jóvenes estamos en la etapa de tomar de la sociedad para luego, cuando alcancemos el éxito, dar de vuelta. Yo, sin embargo, considero que no podemos dejar para más adelante el trabajo social. Nuestro país, lleno de retos, incertidumbres económicas, pobreza, rezago educativo nos necesita ya. Necesitamos imprimirle una nueva mentalidad, sangre joven y dinámica que permita cimentar un mejor futuro para nuestros hijos… Adicionalmente, yo soy un enorme creyente de que, quien da a los otros, recibe mucho más de vuelta, de muchas diferentes formas: aprendizajes, relaciones, motivación, satisfacción…

Aquí podría terminar mi discurso y ya dejarlos ir a festejar con sus familias. Sin embargo, a nueve años de haber salido de aquí, tengo fresco el momento en que estaba como ustedes, y les voy a repetir, para terminar, las principales lecciones que he aprendido y que me hubiera gustado que alguien me diga cuando me gradué de la Ibero:

1.    Nunca dejen de aprender. Siempre tengan el hábito de seguir estudiando. El mundo hoy, y cada vez más, es para los que se preparan, y siempre que tengan la oportunidad de seguirse preparando, háganlo: cada curso, maestría, clase o plática que tomen les permitirá consolidar su proyecto de vida. No dejen de ser curiosos.
2.    Busquen un propósito en la vida. Mi propósito en la vida es ver crecer a la gente a mi alrededor, y eso es lo que persigo a diario en todos los proyectos en los que me involucro. Para trabajar duro, y ser exitosos, uno necesita amar lo que hace. Sería un gran desperdicio trabajar tan fuerte en algo que a uno no le guste… Por lo tanto, trabajen para un propósito y busquen proyectos que amen.
3.    El éxito nunca viene antes del trabajo. Hay que trabajar, y duro. Días, noches, fines de semana y días festivos. Lo que más vale la pena en esta vida, cuesta trabajo y no es  gratis. Si queremos ser exitosos, es trabajo, trabajo y más trabajo. Desvelos, desvelos y más desvelos.
4.    Busquen siempre aliados y consejeros. Aprendan de quienes ya vivieron lo que ustedes están viviendo. En el camino habrá mucha incertidumbre, y si no hay con quién respaldarse, y aprender, se vuelve muy difícil. Adicionalmente, tener un ejemplo, alguien a quien seguirle los pasos muchas veces ayuda.
5.    Siempre, desde ya, empiecen a dar de vuelta. Nuestro país, nuestra gente, nos necesita, y somos muy afortunados en ser egresados de esta gran universidad. Hemos tenido suerte. Por lo tanto, marquen su camino siempre mirando a los otros, porque no vamos solos en el camino de la vida y quien da, generalmente recibe a manos llenas.

Tomen esos 5 consejos, y vivan la vida con intensidad.  Al seguir esos 5 consejos, por favor sigan las siguientes cuatro reglas que a mí me han funcionado:
1.    Arriésguense y hagan lo inesperado: el camino ya recorrido es el más fácil de seguir, y es quizá el más libre de tropiezos… Sin embargo, de las caídas, de lo que sale mal, de lo que se rompe, de donde fracasamos, aprendemos para llegar adonde queremos llegar. Eso sí, cuando fracasen, recuerden dos cosas. La primera es aprender de los fracasos: son muy costosos como para no aprender de ellos y volver a permitir que se repitan. La segunda: supérenlos rápidamente, recuerden, que lo importante es levantarse y seguir adelante.
2.    No piensen que no se puede, o que alguien puede más, o que no se puede cambiar nuestro entorno, nuestro país o incluso el mundo. Hay historias increíbles de personas que, con una pequeña iniciativa cambian al mundo… Dice un proverbio africano que si piensas que eres demasiado pequeño como para marcar la diferencia, intentes dormir con un mosquito en una habitación toda la noche… Entonces te darás cuenta que un mosquito puede cambiar al mundo.
3.    Siempre se puede, pero hay que tener humildad de conocer los límites y sus debilidades. Sean autocríticos, y en ese tenor, recuerden prepararse para los grandes retos que se pongan enfrente. Si se preparan y mantienen los pies en la tierra, no habrá nadie mejor que ustedes para encabezar el reto que tengan enfrente.
4.    Y, por último, voy a cerrar con lo más importante de todo: sean felices, disfruten de la vida. Amen cada día lo que tienen y vean la mejor cara de lo que estén enfrentando. Vivan cada día como si fuera el último, con pasión, energía y entusiasmo. En ese afán de ser felices, busquen balance: no todo son los estudios ni la carrera… El reto más grande para ser feliz es balancearse. Yo hoy diario me levanto motivado por apurar mis horarios de trabajo y llegar a casa temprano, donde me esperan mi mejor amiga, la mujer con quien me casé, y mis dos niños, quienes me inspiran a vivir la vida cada con compromiso y pasión.


¡Les deseo que los éxitos, la pasión y la felicidad siempre los acompañen! ¡Mucha suerte y, nuevamente, muchas felicidades! 

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